El 25 de noviembre es un día muy especial para Save a Girl Save a Generation, uno de cuyos principales objetivos es contribuir a erradicar la mutilación genital femenina (MGF) y los matrimonios forzados (MMFF). Un día en el que se hace más vivo aún el sufrimiento de millones de mujeres en todo el mundo, pero en el que, a la vez, nuestro corazón se llena de fuerza y de esperanza al unir nuestro grito contra todas las violencias, junto a todas las mujeres.

Tanto la MGF como los MMFF no son prácticas exclusivas de ciertas etnias africanas a lo largo de todo el continente, desde el Este al Oeste, ya que otros pueblos asiáticos y latinoamericanos también las llevan a cabo. Pero en diferentes lugares de África se producen algunos de los tipos más agresivos de la MGF, como la infibulación. La llegada a Europa, Estados Unidos y Australia de personas migrantes y refugiadas afectas a estas costumbres sociales ha hecho que, en países de estos continentes, también se defiendan y se estén llevando a cabo, aunque de forma clandestina dada su prohibición como delitos tipificados. También hay leyes penalizadoras en numerosos países africanos, sin embargo, el peso de la tradición unido a la falta de información y de formación, y a la tolerancia de los poderes públicos que no son capaces de liderar un cambio en la estructura social ni en las mentalidades atávicas, hacen que dichas prácticas perduren y se reproduzcan generación tras generación.

Pero, tanto la MGF como los MMFF no son sino la punta del iceberg de un sistema social y de género que sitúa a las mujeres en el escalón más bajo de la sociedad, reduciendo su papel a ser esposas y madres, y todo ello, desde la edad más temprana posible. Más allá del sufrimiento físico y psíquico que estas prácticas les producen, hay que tener en cuenta su significado, en concreto el de la MGF que, aunque variado y diferente según la etnia que lo practique, tiene en común la preservación de la “pureza” y la virginidad, la “limpieza” de algo “sucio” y tabú como el sexo (asociado al placer) y su preparación para el matrimonio, como garantía ante el marido de que su mujer habrá estado privada del deseo de estar con otros hombres antes. El matrimonio concertado y/o forzado forma parte de este conjunto. Se trata de una transacción de familia en la que el consentimiento de la novia no cuenta, ni tampoco la edad de una y otro, sino cumplir lo mejor y antes posible con el fin establecido, a la espera de engendrar cuantos más hijos varones, mejor. Ya que el destino de una mujer es ese y, si no lo cumple, no merece respeto. 

A lo largo de innumerables generaciones esta ha sido la forma en la que se ha entendido que “debe ser” una mujer y cómo “debe ser” un hombre. Y ello, mediante una división de papeles en la familia y la sociedad avalada por mitos y falsas creencias que se han impuesto gracias a la ausencia de derechos universales como la educación, la salud, la sexualidad, o el alimento, y gracias, también, a la autoridad indiscutible de los líderes religiosos y las comunidades por encima del derecho de los individuos a decidir. Ese sistema social, extremadamente patriarcal, es la fuente de la que beben otras muchas violencias que se producen cotidianamente contra las mujeres, convertidas en propiedad de la familia y el marido, cumplan bien o mal con el papel asignado, y contra quienes, por su orientación sexual, rompen el esquema intocable de la división de papeles. De ahí que la lucha contra la MGF y los MMFF deba ser una lucha feminista o no será. 

¿Por qué nuestra lucha contra la MGF y los MMFF debe sostenerse sobre los principios feministas?

Porque es una lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, por la eliminación de la dominación y la violencia de los hombres sobre las mujeres, y porque defiende la libertad y autonomía de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos y sus vidas. Es una lucha que defiende los derechos sexuales y reproductivos, es decir, el derecho de las mujeres a decidir si se casan o no, cuándo y cuántos hijos quieren tener, y a disfrutar de una sexualidad desprovista de normas y tabúes. Es una lucha que defiende el derecho de las mujeres a desarrollar sus capacidades para el trabajo, para la investigación, para la política, para la ciencia o la enseñanza y no solo para el cuidado. Una lucha que rechaza todo tipo de violencia y defiende el diálogo y el respeto en las formas de relación social. De ahí que el trabajo de prevención y erradicación contra la MGF y los MMFF que lleva a cabo Save a Girl Save a Generation empiece por ofrecer herramientas de formación e información a las mujeres africanas y asiáticas que llegan procedentes de la migración y el refugio, a modo de cimiento sobre el que construirán su autoestima y su autonomía, primer paso en el camino de su liberación. Primer paso, también, para construir sociedades igualitarias.

 

¿Es la MGF una violencia de género como las demás? ¿Debe ser tratada igual?

Cuando denunciamos la violencia de género y el 25N unimos nuestro grito al de nuestras hermanas para que esa lacra cese, estamos pensando, seguramente con horror, en la figura de un maltratador que infringe sufrimiento para dominar y someter, que trata de hacer creer que el amor es dolor, que tiene que demostrar que él es el amo y se ha de hacer lo que él quiere, hasta el punto de matar si hay resistencia… Pero ¿Y qué pensamos de quien provoca y consiente que se corten los genitales a una niña en el contexto que hemos explicado antes?

En este caso, claro que hay horror, también, claro que llega a ser incomprensible que una abuela o una madre provoquen ese daño irreparable a una criatura indefensa. Por eso luchamos contra ello. Pero si de verdad queremos erradicar esa práctica estamos obligadas a averiguar lo que hay detrás de la cuchilla. Y lo que hay son unas mujeres que, lejos de querer un mal para sus hijas y nietas, lo que pretenden es que no sean rechazadas por la comunidad en la que han de vivir, que no se las considere indignas, que puedan casarse y tener hijos como única salida conocida para su supervivencia. Quieren lo mejor para sus hijas, por eso sacrifican sus genitales a cambio de su futura vida en la comunidad. Porque es lo que se le ha enseñado y es lo que manda una tradición que les proporciona el sentido de pertenencia a la comunidad en la que viven.

Las religiones, las tradiciones, los ancestros… les han hecho creer que la sexualidad es algo malo, algo indigno en una mujer, algo sucio. Que la sexualidad es solo masculina y símbolo de poder. Pero esta música no suena solo en África. En Europa, de otra manera, con otra intensidad, las mujeres hemos sufrido parecido estigma. Por lo tanto, aquí, estamos preparadas para comprender. 

Pensamos que, a mujeres que realizan esas prácticas convencidas de que protegen a sus hijas, de que hacen lo mejor para su integración en la comunidad, de que siguen tradiciones apoyadas por las autoridades religiosas y civiles que no pueden cuestionar por ignorancia y so riesgo de ser rechazadas socialmente, en su caso, no se les puede considerar igual que al hombre maltratador cuya intención es el sometimiento y cuyo medio para dominar es el miedo, el dolor y hasta la muerte. La intención es justo la contraria. Y la intención es fundamental a la hora de juzgar al victimario.

Cuando aquí hablamos de violencia de género, no podemos negar que la ablación de los genitales femeninos lo es. Pero, a la vez, no podemos olvidar el contexto ideológico y social en el que se produce. Y si lo que pretendemos es que desaparezca, no lo conseguiremos si nuestra única herramienta es la denuncia y la penalización. Una penalización, por cierto, brutal (de seis a 12 años de cárcel) que victimiza doblemente a la niña, al separarla de su ámbito familiar. 

Tanto la MGF como los MMFF desaparecerán cuando las mujeres de las etnias y pueblos que los practican comprendan que son costumbres y tradiciones que les perjudican, conozcan que existen unos derechos para todas las personas, cambien su mentalidad, y hayan reunido la fuerza suficiente para desobedecer esas tradiciones sin miedo al rechazo. Desde esta parte del mundo, estamos obligadas a escucharlas, a comprenderlas, y a proporcionarles las herramientas necesarias para que, libre y conscientemente, adopten esa decisión, y apoyarlas sin condición cuando lo hagan.

SAVE A GIRL SAVE A GENERATION